Escribo estas líneas al
inicio de la jornada de reflexión, 24 horas antes de que empiecen las
votaciones al Parlament de Cataluña y antes de que pase lo que me temo que finalmente
va a pasar.
¡Ojalá me equivoque! Lo
deseo de todo corazón. Sería una alegría equivocarme. Pero me temo que no sucederá.
Dentro de 24 horas tendré la respuesta.
¿Qué por qué querría
equivocarme? Pues porque creo que mañana mis mejores amigos estarán tristes y
decepcionados ante el resultado de las elecciones catalanas. Y si no lo están
mañana (porque puede que mañana todos digan que han ganado) lo estarán las
próximas semanas, cuando vean cómo se
desarrollan los acontecimientos.
Ambas son necesarias: un triunfo electoral rotundo
que justifique ante todo el mundo la legitimidad de las opciones democráticamente
elegidas; una desobediencia civil continuada para poder conseguirlas, ya que a los poderes fácticos les tiene
sin cuidado la opinión de la gente y no van a quedarse cruzados de brazos; como
se ha visto claramente en Grecia. Pues bien: creo que mañana, para empezar, no
va a haber un triunfo rotundo de las opciones de cambio, ni en el ámbito territorial
ni en el ámbito social. Y sin un triunfo rotundo no va a ser posible el cambio
necesario que tanto Cataluña como España necesitan, por lo que empezará a
generarse finalmente una sensación de frustración, de desilusión, de
desesperanza y de incredulidad. Estábamos convencidos de que realmente podíamos
cambiar las cosas en profundidad y ahora vemos que no tenemos suficiente fuerza
para hacerlo. ¿Qué ha pasado? ¿En qué nos hemos equivocado? Creo que mañana mis
amigos estarán decepcionados y se harán todas estas preguntas. Tanto los que priorizan
el eje “territorial”, como los que priorizan el eje “social”.
EL EJE TERRITORIAL: "CATALUÑA-ESPAÑA"
Quienes priorizan el eje “territorial” -convencidos de
que no es posible cambiar nada en Cataluña si no se cambia antes su relación
con España-, verán mañana que con la actual correlación de fuerzas la cosa no
quedará del todo clara. Incluso puede que quede mal, no sólo ya para los
defensores de la independencia de Cataluña, sino también para los defensores de
una simple relación confederal o federal que dé mayor capacidad de decisión a Cataluña.
Un cambio territorial en profundidad –no ya independentista,
sino simplemente confederal avanzado- únicamente puede ser posible si detrás tiene
una gran masa social, una mayoría incuestionable que lo impulse contra viento y
marea. No basta con tener una mayoría parlamentaria relativa o absoluta. Se
requiere una mayoría incuestionable. Y todas
las encuestas apuntan a que va a haber mayoría de escaños, pero no de votos. Pero incluso, aunque mañana se produjese esa hipotética
mayoría incuestionable tanto en escaños como en votos, ello tampoco serviría de
nada si no va acompañada de una desobediencia civil continuada con el actual
sistema establecido.
Paradójicamente, sin un triunfo electoral rotundo y
sin una desobediencia civil continuada, lo que finalmente puede terminar
sucediendo puede ser una reforma constitucional re-centralizadora. Una pseudo-reforma
dirigida y planificada por “expertos”, para laminar competencias de las
comunidades autónomas y ponerlas bajo el control del poder central con el falaz
argumento de “evitar duplicidades” administrativas.
EL EJE SOCIAL: "LOS DE ARRIBA Y LOS DE ABAJO"
Quienes priorizan el eje “social” -convencidos de que ésta
es la verdadera cuestión a solucionar, la que realmente preocupa a la gente que
pierde su vivienda, la que no tiene ningún trabajo o la que, si lo tiene, tiene
sueldos de miseria- tampoco obtendrán
mañana un triunfo incuestionable. Puede
incluso que obtengan un resultado muy por debajo de las expectativas iniciales.
Y también verán mañana que, con la actual correlación de fuerzas, la cosa
pintará mal, muy mal.
El camino a seguir pasaba por alcanzar una gran mayoría
para transformar profundamente el sistema y ponerlo al servicio de los más
desfavorecidos. Para ello era necesario ganar las elecciones, primero en el
Ayuntamiento de Barcelona, luego en la Generalitat de Cataluña y, finalmente,
en el gobierno de España. Pero los resultados de mañana en Cataluña no irán por
ese camino. Ni mucho menos.
Al igual que en el eje “territorial”, tampoco habrá mañana
ninguna mayoría rotunda en el “eje social” que permita justificar los profundos
cambios que requiere el sistema. A lo máximo que se podrá aspirar será a un reajuste
de algunos aspectos secundarios que no lo pongan en peligro. Y, aunque hubiese
una mayoría rotunda, ésta tampoco serviría de nada sin una gran masa social que
impulse la transformación del sistema contra viento y marea. Para ello se
requiere, también, una desobediencia
civil continuada.
Paradójicamente, sin un triunfo electoral rotundo y
sin una desobediencia civil continuada en el eje social, lo que puede terminar
sucediendo puede ser una reforma cosmética, que apuntale el sistema apelando a
cuatro tópicos sobre “transparencia”,
“fin de la corrupción”, “mayor sensibilidad social” y poca cosa más. En
definitiva: “cambiar algo para que nada
cambie”, de modo que continúen
mandando los que siempre han tenido en sus manos el poder. En definitiva, el
lenguaje de Ciudadanos, al que en las próximas elecciones generales puede
añadirse rápidamente el PP para continuar manteniendo el poder.
Resumiendo: si no me equivoco y me gustaría profundamente
equivocarme, mañana (o las próximas semanas, según cómo se desarrollen los
acontecimientos), mis amigos tendrán una profunda decepción. Verán como la
ilusión colectiva pasa a ser sustituida poco a poco por los pactos y las
componendas de los partidos, al más puro estilo tradicional.
¿QUÉ HA FALLADO EN EL EJE SOCIAL?
Hace unos meses se veía posible un profundo cambio
social en Cataluña. Una “Cataluña en
Comú” podía ganar las elecciones, como antes las había ganado una “Barcelona en Comú”. Hace unos meses,
repito, eso se veía posible; y todavía
hoy sigo pensando que ENTONCES era REALMENTE POSIBLE. Los sondeos daban un posible triunfo a una hipotética
“Catalunya en Comú”, cuyos referentes eran la “Barcelona en Comú” que llevó al
Ayuntamiento a Ada Colau y las listas de confluencia de tantos y tantos
ayuntamientos. Fue entonces cuando Artur
Mas, espantado ante estos datos, decidió mover ficha y contraatacar con su
propuesta de lista unitaria. Pero el referente de “Catalunya Sí que es Pot” no
ha sido, desgraciadamente, “Barcelona en Comú”.
El referente de “Catalunya Sí que es Pot”, el que ha
calado entre los votantes, ha sido el de una “sopa de siglas”, de dos siglas
concretamente: las de una coalición acordada por las cúpulas de ICV y Podemos (y
del Podemos de “fuera” de Cataluña), coalición posteriormente refrendada “por
sus bases” en internet con una muy escasa participación. No se ha percibido a
“Catalunya Sí que es Pot” como algo distinto, con savia nueva, sino como algo ya
archiconocido que reproducía los tradicionales esquemas perdedores. Con Pablo
Iglesias y Juan Herrera anunciando por televisión el acuerdo de la coalición, el
nombre de la misma, su ampliación a las
elecciones españolas de diciembre, etc. Todo ello justificado con el argumento
de que no había tiempo para hacer un proceso asambleario desde abajo, como el
que se hizo en la plataforma de “Barcelona en Comú” con el que finalmente se obtuvo
la alcaldía de Barcelona.
Si “Barcelona en Comú”, “Ahora Madrid” y otras plataformas
similares ganaron las elecciones fue porque desde su origen promovieron una
nueva forma de actuar, una nueva forma que canalizaba las inquietudes y las aspiraciones
de la gente. Una nueva forma de actuar similar a la del primer Podemos, a la del
Podemos de las elecciones europeas. Un Podemos que, a la manera bíblica, actuaba
como la levadura que fermentaba la masa de la participación de la gente y potenciaba
el empoderamiento de la misma mediante la elaboración de un programa participativo
común. Sin necesidad de que apareciesen por ningún lado las siglas de nadie (aunque
todo el mundo las conocía), porque las personas dejaban de lado sus siglas propias
y se fundían en un proyecto común, compartido. Esa nueva forma de actuar de “Barcelona
en Comú” no tiene nada que ver con un Podemos piramidal que, a la usanza
leninista, intenta erigirse como faro y guía que indica el camino por el cual
debe transitar la gente: con sus “listas plancha” en su organización interna;
dando recetas precocinadas a la gente a la que se llama a confluir; no captando
el sentir de la gente que mañana irá (o, finalmente, no irá) a votar.
Que las cosas no iban como se había diseñado en un
principio tuvo su primer aviso cuando “Procés Constituent” puso condiciones para
participar. Y cuando “Barcelona en Comú” acordó mantenerse como observador, sin
dar en ningún momento su apoyo a la candidatura. Fue entonces cuando Podemos-ICV
aceptaron incluir líderes de movimientos sociales, empezando por los primeros
puestos de la candidatura, para potenciar su carácter más amplio -que hasta ese momento habían olvidado- e intentar
ocultar de ese modo su marcado control partidista. Exactamente la misma
estrategia de la lista unitaria que finalmente consiguió imponer Artur Mas, con
puestos iniciales ocupados por independientes en calidad de jarrones chinos decorativos.
Pero a pesar de ese reajuste del plan inicial, el mal ya estaba hecho en
“Cataluña Sí Que Es Pot” y era irremediable. La forma en que se hizo la”coalición”
(que no “confluencia”) permitirá mañana a ICV salvarse del hundimiento y
provocará, a su vez, el hundimiento de Podemos.
Que se trata de una auténtica sopa de siglas en la línea
de lo que Pablo Iglesias dice que quiere evitar en las elecciones generales de diciembre queda meridianamente
claro con sólo ver todo lo que sale en el logo de la papeleta de votación, a
saber: “Catalunya Sí Que Es Pot”-“(CatSiqueesPot)”-“Podem”-“ICV”-“EUa”.
Puede que con esa conformación de la candidatura se consigan dos o tres diputados más que los que ICV obtuvo
en las últimas elecciones autonómicas, pero nada más. Porque no es nada
novedoso. Es tan sólo la lista de ICV con un añadido de Podemos (NOTA: finalmente no sólo no se han obtenido
dos o tres diputados más de los que obtuvo ICV, sino dos menos).
La encuesta del CIS del mes de julio mostró un dato terrible,
que no fue suficientemente valorado: el apoyo a Podemos entre los menores de 24
años había caído un 40%. Precisamente el voto de los jóvenes, que son quienes
mejor encarnan las inquietudes y las ilusiones futuras y en cuyas manos está la
posibilidad de cambiar la sociedad. La consecuencia de estos datos era clara: por
el camino se había perdido la ilusión. Pienso que Pablo Iglesias y Juan
Carlos Monedero fueron conscientes de ello cuando decidieron (imagino que de
común acuerdo) repartirse los papeles, como en los años setenta habían hecho
Felipe González y Alfonso Guerra. De ese modo Pablo se reservaba el papel de
Felipe González, de hombre de Estado; mientras Monedero se reservaba el de
Alfonso Guerra, el Pepito Grillo de
Podemos, algo que podía permitirse si no estaba en los órganos de dirección.
Además, algunas intervenciones de Pablo Iglesias
durante la campaña no han sido precisamente afortunadas y han contribuido a
difundir la imagen de alguien que viene de fuera de Cataluña a dar consignas sin
saber cómo funciona la sociedad catalana. Especialmente cuando estableció una
división en la sociedad catalana apelando al origen de andaluces y extremeños,
o a la gente de unos barrios u otros. O los ataques personales de sexo y látigo
a Artur Mas. Puede que eso haya conseguido algún voto, pero también ha
conseguido que se perdiesen muchos otros. Las intervenciones de Iñigo Errejón,
en cambio, han sido todas tremendamente positivas. Ningún medio de comunicación
ha podido amplificar ni magnificar negativamente fuera de contexto ninguna de sus
palabras. Si hubiesen podido hacerlo lo hubiesen hecho, del mismo modo que
pudieron hacerlo con algunas de las intervenciones de Pablo Iglesias.
¿QUÉ HA FALLADO EN EL EJE TERRITORIAL?
También en el eje “territorial” se ha seguido una
estrategia profundamente equivocada. Cuando Mas vio que una “Catalunya en Comú”
podía ganar las elecciones y Convergencia podía hundirse, decidió resucitar su
teoría de la lista unitaria. En una semana frenética se cocieron listas soberanistas
de todo tipo: se sustituyó la lista unitaria que había sido descartada meses
atrás, por una lista “de país” en la que participarían las entidades
soberanistas Asamblea Nacional Catalana y Omnium Cultural; de ese modo se pasó de
la lista “del” president, a la lista “con” el president; y dos días después, la
lista “con” el president fue
sustituida, a su vez, por la lista de la sociedad civil “sin” el president; es decir, sin ningún político en activo, ni tan
sólo el president.
Fue entonces cuando Mas amenazó con no convocar las
elecciones y dinamitar la hoja de ruta que previamente había acordado con ERC. Y
ante esta amenaza ERC claudicó y aceptó la candidatura conjunta con
Convergencia (Convergencia 60%; ERC 40%) y con personalidades de la sociedad
civil. Las CUP, coherentes con sus principios, decidieron mantenerse al margen.
Mañana se verán los resultados de esta opción, que
creo que serán complicados de interpretar porque la gente irá a votar mañana
por motivaciones muy distintas, imposibles de discriminar. Por eso mañana se obtendrán
menos votos independentistas con la lista unitaria, de los que se hubiesen obtenido
con tres listas separadas con un punto común sobre la independencia. Eso sí,
Convergencia se salvará del desastre y perderá menos diputados de los que
habría perdido, gracias a camuflar su identidad, sus recortes y su corrupción
bajo esa lista unitaria.
Cuando mañana la gente vaya a votar mezclará todo tipo
de motivaciones y no votará sólo “independencia”.
Es probable que la candidatura “Junts pel Sí” arranque algún voto a algún indeciso
despistado que termine decidiéndose los últimos días ante la imagen de unidad y
el prestigio de algunas de las personalidades independientes que la integran. Es
probable, por ejemplo, que mañana algunos voten esta lista porque en ella va Lluís
Llach, independientemente de que luego éste dimita como diputado a las primeras
de cambio. ¿Alguien se imagina a Lluís Llach aguantando estoicamente las
soporíferas sesiones parlamentarias un día sí, y otro también?
Puede, repito, que esta lista atraiga algún voto indeciso
sobre la independencia. Pero serán los menos. Más bien creo que sucederá todo lo
contrario. Mañana esta lista cohesionará a los que ya estaban convencidos, pero
no convencerá significativamente a los indecisos que igual terminan huyendo de
esa lista. Si pretendían proclamar unilateralmente la independencia enfrentándose
al actual orden constitucional, tenían que haber convencido de sus ventajas a
unos cuantos centenares de miles de personas que estaban indecisas. Y eso, tal
como se verá mañana, no sucederá.
Puede, incluso, que esta lista unitaria produzca por
reacción importantes fugas entre los mismos partidarios de la independencia, fugas
que no se habrían producido con tres listas separadas. Algunos partidarios de
la independencia no votarán esta lista porque implica hacer presidente a Mas; otros,
votantes de Convergencia de toda la vida, tampoco la votarán porque en ella va
Junqueras; otros, votantes habituales de ERC, tampoco la votarán porque en ella
va Mas; y, mucha gente partidaria de la independencia, tampoco la votará porque
prioriza la aplicación de las políticas neoliberales cuyos efectos está
sufriendo en sus carnes y esta gente no se cree que el único responsable de dichas
políticas austericidas sea únicamente el Estado español.
Mañana, pues, mucha gente independentista no votará la
lista unitaria por diversas razones. O bien votará otra candidatura que le
convenza más o, sencillamente, se quedará en casa o no votará. Esa gente hubiese
votado una lista independentista con un contenido social claro, pero no una
lista batiburrillo en la que hay gente a la que se rechaza por su actuación en
el ámbito social. Y que tampoco entiende el independentismo y la lucha social como
lo entiende la CUP. Por eso habrá independentistas fuera de estas dos listas y
también en la abstención. Y un resultado sin una mayoría parlamentaria y social
rotunda, tanto en el parlamento como en la calle, no permitirá enfrentarse con
éxito al Estado español; puede incluso que penda sobre nuestras cabezas la
espada de Damocles de una reforma constitucional recentralizadora.
El único dato positivo será el aumento de diputados
que experimentará la CUP, muy superior
al que le otorgan los sondeos (NOTA:
finalmente la CUP ha pasado de 3 a 10 diputados). A pesar de algunas de sus
cosas, en las que no voy a entrar, no se puede acusar a la CUP de ir con medias
tintas ni marrullerías:
- Defiende la independencia territorial de Cataluña (lo cual les une con todos los demás independentistas que no son de la CUP).
- Defiende el cambio de sistema social (lo cual les une con “Catalunya Si Que Es Pot” e incluso con los sectores socialmente más radicales de ERC).
- Defiende la participación ciudadana como método de toma de decisiones por encima de todo (sus métodos asamblearios y la limitación de cargos son algo público y notorio).
- Practica la desobediencia civil (a veces con actitudes algo teatrales, pero que tienen repercusión pública).
- Sólo finalmente, y como última consecuencia, practica la vía parlamentaria (y con indudable éxito, a tenor de la valoración que en las encuestas se ha hecho de David Fernández).
¿QUÉ HACER A PARTIR DE MAÑANA?
Que no cunda el pánico. Mañana nadie debe dejarse
llevar por el pesimismo, el desaliento o la inacción. Especialmente si, en los
próximos días, empieza a anunciarse la dimisión de los diputados independientes
que deciden volver a su casa y dejar solos a los políticos profesionales en el
hemiciclo. Más bien debería suceder todo lo contrario. Porque podría ser que
fuesen precisamente los diputados independientes de las distintas candidaturas quienes
estuviesen en mejores condiciones de desencallar la situación.
Mañana, una vez conocidos los resultados electorales, habrá que valorar cuál puede ser el mejor camino para
revertir la situación. Porque, tarde o temprano, las cosas terminarán cambiando
por la sencilla razón de que el actual sistema social está en crisis, acabado, resistiéndose
a morir, dando sus últimos coletazos. A partir de mañana habrá
que continuar luchando pues por un
cambio profundo, ante el cambio meramente cosmético y superficial con que
querrán callarnos quienes detentan y quieren seguir detentando el poder.
El único camino para avanzar en esa dirección consiste
en hacer lo que se debería haber hecho antes y no se ha hecho: buscar
la máxima confluencia posible con todo el mundo, no sólo con los más afines, y
ello tanto en el eje “territorial” como en el “social”. Habrá que sentarse
a hablar y debatir con todo el mundo, intercambiar los distintos puntos de
vista sobre todas las preocupaciones de la gente, ser de entrada receptivos y
empáticos para comprender opiniones ajenas, esforzarse por llegar a acuerdos en
el mayor número posible de partes del camino que podemos recorrer todos juntos
y concretar aquellas otras que cada cual
tendrá que recorrer por separado. Tendrá que ser un debate impulsado desde
abajo, mediante el empoderamiento de la gente. Un debate que no pueda volver a ser
secuestrado, una vez más, por las consignas de las cúpulas de los partidos que reproducen
una y otra vez el caduco esquema de funcionamiento que ha conducido al fracaso.
AVANZAR EN EL EJE
TERRITORIAL
En el eje “territorial” no será posible ningún cambio
profundo sin una transversalidad que integre a todos los sectores importantes
de la población, sin excluir de entrada a ninguno. Para ello lo primero a decidir
será “cómo se va a decidir, lo que se va
a decidir”. Dicho en otras palabras, habrá que pactar de qué manera se tomarán
los acuerdos y de qué manera se tomarán las decisiones en aquellas cuestiones
en las que haya desacuerdo.
En cuanto a los contenidos,
habrá que esforzarse por integrar todos aquellos aspectos compartidos susceptibles
de formar parte tanto de una hipotética constitución de Cataluña (como nuevo
Estado independiente), como de un no menos hipotético estatuto, de una no menos
hipotética constitución española (de tipo federal o confederal). Esto es,
delimitar qué competencias (económicas, lingüísticas, jurídicas, educativas, etc)
deben estar necesariamente reconocidas bajo cualquier modelo organizativo –todavía
por concretar- y establecer un frente común de defensa ante dichas competencias.
En cuanto a la forma
de decidir los desacuerdos, lo primero que habrá que hacer será
identificarlos para ver en qué consisten. Para ello, quienes defienden una
Cataluña independiente, una Cataluña federal o una Cataluña confederal deberán
precisar más su modelo y debatir para ver que coincidencias y que discrepancias
presentan. Éste todavía sería un tramo común, que permitiría a todo el mundo
conocer las distintas opciones ajenas a las suyas propias y ver cuáles de ellas
pueden ser asumidas de manera compartida y cuáles no.
Finalmente, tras un período de debate, debería realizarse
un referéndum en el que únicamente
se votasen los diferentes modelos propuestos y nada más. Evidentemente, lo lógico sería que ese referéndum
fuese organizado de común acuerdo con el Estado español, pero de no ser así debería
realizarse igualmente al margen del Estado español. Esta última opción podría
suponer iniciar un nuevo tramo del recorrido en el que ya no participasen
quienes únicamente están a favor de un referéndum si éste es acordado con el
Estado español. Finalmente, el resultado de ese referéndum, acordado o sin acordar con el Estado español, determinaría
el modelo territorial definitivo de Cataluña.
AVANZAR EN EL EJE SOCIAL
En cuanto al “eje social”, también habrá que buscar el
máximo número posible de acuerdos con el mayor número posible de gente. En
algunos casos incluso la unanimidad, como cuando el Pleno del Parlament de
Cataluña aprobó la ILP contra los desahucios y la pobreza energética. En otros
casos con desacuerdos parciales, como cuando el Pleno del Parlament aprobó la
ley contra la homofobia con los votos de CDC, ERC, PSC, ICV-EUiA, Ciutadans y
la CUP, y sólo el PP y Unió se opusieron en algunos puntos. En otros casos con una gran mayoría, como cuando el Pleno
del Parlament aprobó con los votos de CiU, ERC, PSC, ICV y CUP pedir el cierre
progresivo de los Centros de Internamiento de Extranjeros.
También habrá reivindicaciones sociales que choquen
con concepciones ideológicas o con intereses de grupos concretos que hagan
imposible el acuerdo. Esos desacuerdos
habrá que resolverlos democráticamente, votando las distintas opciones
ideológicas.
PARA TERMINAR
Y en todos los
casos, suceda lo que suceda y pase lo que pase, será necesaria la desobediencia civil para poder
conseguir algo. Ese es el único camino. A la PAH no le fue determinante para
parar los desahucios que algunos tribunales, incluso europeos, les dieran la
razón. Fue la acción directa en la calle lo que hizo parar los desahucios y,
gracias a esa acción, se creó una
sensibilización social colectiva que está culminando en las medidas
adoptadas por los ayuntamientos de
confluencia como los de Barcelona, Madrid y otros.
A quienes tienen todos los resortes del poder
(económico, político, judicial, mediático, etc) les da igual el resultado de
las elecciones y la voluntad popular. Los cambios sólo se consiguen con la
presión de la calle y la desobediencia civil. Es entonces cuando las leyes cambian, no a la inversa. Si se quiere
conseguir algo, los directamente afectados debemos salir a la calle y continuar
exigiendo nuestras reivindicaciones con acciones cada vez más imaginativas. El
modelo para transformar el sistema no
consiste en ir votando cada cuatro años, a ver si las cosas cambian. El modelo, para mí, es el que
siguieron los ciudadanos que protagonizaron la revolución francesa, o los
trabajadores que el 19 de julio de 1936 salieron a las calles de Madrid,
Barcelona y tantos otros lugares para parar el golpe fascista que se estaba
perpetrando.
Sólo mediante la
desobediencia civil continuada será posible transformar profundamente el sistema.
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